martes, 10 de febrero de 2015

Wanting to die

Anne Sexton (1928-1874) conocida como poetisa que usó la literatura para poder despojarse del peso que suponían las constantes crisis nerviosas que tuvo tras el nacimiento de sus hijas (Anne intentó suicidarse en su cumpleaños el año en que nació su segunda hija). Animada por su médico, decidió apuntarse a un taller de escritura, y a partir de entonces comenzó a ser conocida como una de las escritoras icono de la poesía confesional de los años 60, llegando a hablar de temas como el aborto, la depresión de la mujer, o la menstruación. La sensación de ser perseguida y de la muerte como liberación son claves en su obra: en ocasiones no se guarda de decirlo literalmente. Hizo muchas grabaciones para la televisión americana, donde recitaba poemas y contaba cómo vivía su vida, qué sentía en su día a día, lo que pensaba de sus poemas.




EL LOCO

He vivido entre los arrabales, pareciendo
un mono, he vivido en la alcantarilla
transportando las heces,
he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido a nutrirme de lo que suelto.
Fui una culebra deslizándose
por la ruina del hombre, gritando
aforismos en pie sobre los muertos,
atravesando mares de carne desconocida
con mis logaritmos.
Y sólo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla
y que  mis padres me sedujeron para
ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos.
He enseñado a moverse a las larvas
sobre los cuerpos, y a las mujeres a oír
cómo cantan los árboles al crepúsculo, y lloran.
Y los hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar,
y decían con los ojos «fuera de la vida», o bien «no hay nada que pueda
ser menos todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas»
y «qué oscuro es tu nombre».
He vivido los blancos de la vida,
sus equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza incesante y recuerdo su
misterio brutal, y el tentáculo
suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de huida.
He vivido su tentación, y he vivido el pecado

del que nadie cabe nunca nos absuelva.

POR: LEOPOLDO MARÍA PANERO

¿Le aterra quedarse encerrado?


Las personas con claustrofobia se caracterizan por padecer un miedo intenso a situaciones relacionadas con espacios cerrados: habitaciones pequeñas, habitaciones cerradas, sótanos, bodegas, túneles, ascensores, el metro, etc. En general, estas personas no suelen tener miedo sólo a una de estas situaciones, sino que experimentan temor en cualquier situación que implique cierre, restricción o confinamiento, como por ejemplo, estar debajo del secador de la peluquería, esperar en la cola del supermercado, atravesar unas puertas giratorias, meter la cabeza debajo del agua, etc. Además, el temor no se centra sólo en el espacio cerrado en sí mismo, sino en lo que podría ocurrir "dentro" de ese espacio. Por ejemplo, la persona teme que en el ascensor no habrá suficiente aire, no podrá respirar y se ahogará.
La claustrofobia incluye dos componentes:
·        -  Miedo a la restricción. Es decir, al confinamiento, ya que los espacios cerrados pueden suponer una limitación de movimientos, la persona manifiesta "sentirse atrapada".

·         - Miedo al ahogo. La persona manifiesta una sensación de falta de aire, de asfixia.

Cuando una persona con claustrofobia se encuentra en las situaciones temidas, experimenta una gran preocupación y temor, también experimentan sensaciones corporales, como por ejemplo, palpitaciones, temblores, sudoración, molestias gastrointestinales, confusión, etc. Todos estos síntomas suelen remitir de forma rápida en cuanto se abandona la situación de cierre. Lo cual lleva a la persona a intentar evitar todas estas situaciones, es decir, a no enfrentarse a aquello que teme.
Otras veces, aunque se enfrente a esas situaciones lo hace experimentando una gran ansiedad y por tanto puede que intente protegerse de algún modo (por ejemplo, situarse cerca de una ventana de la habitación, sentarse en la última fila del cine, o sentarse cerca del pasillo, en el tren, etc.). Asimismo, puede que también aparezca ansiedad anticipatoria, esto es, mucho antes de que la persona tenga que enfrentarse a la situación temida, ya aparecen sensaciones corporales y pensamientos perturbadores.
La claustrofobia es una de las fobias específicas con una prevalencia más alta, sin embargo, no todas las personas con claustrofobia buscan ayuda profesional para superar su problema. Existen varias razones que explican esto último:
  • ·         Muchas de estas personas manejan su problema "evitando activamente" las situaciones que impliquen cierre.


  • ·         La mayoría de estas personas desconocen que este problema puede llegar a desaparecer con un tratamiento apropiado.


  •  La persona suele buscar ayuda especializada sólo cuando su problema interfiere de un modo notable en su vida (en su trabajo, en su familia, en sus relaciones sociales, etc.)


  •        Muchos claustrofóbicos se han resignado y han aprendido a vivir con su problema




martes, 3 de febrero de 2015

Érase una vez

"Cuentan que la Bella Durmiente

nunca despertó de su sueño."

- Leopoldo María Panero

HASTA ÉL

Puedo decirme del amor (que tuve): que no sea inmortal puesto que es llama, pero sea infinito mientras dure. Que no sea correcto, elocuente o impecable, pero sea digno, nazca desde lo más puro. Puedo llenarme de miles de excusas, quinientas razones para quedarme, quinientas dos para marcharme. Puede él darme un argumento, puedo desarmarlo con mi pensamiento, porque aquí acaba y aquí empieza, un pasado bonito, un final incierto. Y es que heme aquí, en la mitad del resultado, a medio camino entre lo que fue y lo que no ha ocurrido. Helo a él tan tácito pero tan  poco evidente ante mis ojos que no lo ven, ante mis manos que no lo tocan, ante mi boca que ya no lo pronuncia. Cuando el amor me toca en un saludo, cuando me estremece en un “quédate”, entonces es ahí. Ahí, cuando el amor que tuve se vuelve más verbo que sustantivo.
Puedo decirme de ese amor que tuve (y puedo tener): que sea añejo, pues es historia, que sea como el alba, tan transitoria. Puedo asegurar que él, ese sentimiento y en ese preciso instante de abandono, también se desgarró, también pensó. Porque lo comprobé. Porque “adiós” exhaló, porque “no” yo pronuncié. Me fui, porque eso decía mi consciencia, “vete, no es para ti, no es para ti, no es, no es, no es”. La consciencia, esa que no me deja vivir. Me acerco al vaso de agua a medias que dejó, lo observo, y sé que contiene su energía, esa que dejaba él en cada objeto que tocaba, que miraba o creaba. Lo toco, lo siento y a esa energía entrar por la punta de mi dedo índice. Ya es el último objeto de la casa que termino de escurrir. ¿Y ahora qué? Ahora él.
Me levanto y me quejo. Me levanto y doy pasitos hasta él.
Voy a impedírmelo, porque no está bien… Las he dejado pasar, las veinticuatro veces que me sacudieron. Las oportunidades. Una la dejé en el tren, otra, en el árbol, otras en el abismo, en la oficina, en la cocina, en la playa. Tomo esta, porque es mía, como él. Como él, como él. Voy hacia ese lugar, mientras me decido a levantarme. Mi mente despierta.
Él me dice, “ya estás aquí, quédate. Quédate”. No recuerdo nada. Me pierdo.
Vuelvo a arrastrarme, con el rastro de agua en el dedo índice. Toco mi boca, toco mis ojos y los cierro. Recuerdo la primera vez, cuando estábamos en esa librería. Lo vi, lo vi mucho porque lo amé, me obsesioné con las manos, con el cabello, los ojos y las orejas. Fue el abril más hermoso de su vida, fueron los veintiún días más fugaces de mi existencia. Nos lo dijimos. Me sigo arrastrando, con el agua de sus labios en los míos. En los míos.
Ha sido el día más largo de mi vida, y el amor que tuve y que puedo tener, que me estremece, que me toca, que me quema como llama, que es infinito, que me da vida, que  me despierta a estos momentos de lucidez, de razón… Ese amor también destruye.
Me muevo con pasitos diminutos, con los ojos dentro del cuerpo, las manos en los oídos para no distraer al alma de lo que quiere. Siento el borde de la ventana bajo mis pies, siento el viento contra mi abdomen, contra mis ojos, mi rostro y mi piel descubierta. Lo siento a él, tan cerca del suelo, del fin.


Obsessive - Compulsive LOVE


Este es el poema que Neil Hilborn, un joven estadounidense que causó conmoción en las redes sociales con su interpretación que presentó a la final del concurso "2013 Rustbelt Regional Poetry Slam". Tiene una actitud emotiva y a la vez divertida que refleja una realidad de vida difícil, esta vez convertida en poesía.

miércoles, 28 de enero de 2015

Defensas de la vida



Olivia, cuando estaba creciendo, era una niña retraída, silenciosa. Quería pasar desapercibida y crear el menor disturbio posible en la vida de los demás. Su padre era uno de esos "ausentes" y su madre, demasiado presente. Ella amaba de él que podía extrañarlo, amaba de ella, que podía apoyarla y rescatarla cuando más lo necesitaba. Tan solo los necesitaba a ellos y ella era el mundo para sus padres. Nació su hermana y eso fue importante, hubo enojo, hubo lágrimas, pero había mucho amor. Lo soportó. Su padre se ausentaba y eso era lo que perturbaba su calma. Las horas de llanto, quizá, eran la peor parte para la madre. Y en un final, esto distanció a la familia. El padre estuvo, pero al mismo tiempo se alejó de a pocos, y cuando las niñas crecieron lo suficiente, las dejó para no volver. Olivia, con dieciséis años, quiso ignorar el dolor de la partida y optó por hacer de cuenta que su padre seguía con ella. Se levantaba cada día, pensando en que iría a saludarlo a la cocina y, cuando no lo encontraba ahí, se decía a sí misma "quizá salió a trabajar, volverá". Con el tiempo, empezó a asimilar la situación y cada vez que no encontraba a su padre en las mañanas, empezaba a llorar durante un rato en la cama de sus padres, acompañada de un osito de peluche, recordando lo que sentía cuando era más pequeña. (Regresión). Su madre, intentaba mantener el orden familiar. Ella, después de tantos años de matrimonio, se sentía devastada y cada vez que escuchaba una canción que le recordara a esos tiempos, se iba inmediatamente del lugar, diciendo que odiaba ese tipo de música. (Condensación). Después de uno o dos años, la madre de Olivia decidió que lo mejor para las tres, era alejarse de la ciudad y no volver a hablar del tema o con la familia del padre. (Aislamiento). Pero esto ya había pasado antes. El padre las había dejado solas, ya en otra ocasión, y Olivia solía recordar esta época cuando estaba triste... Esa vez, hace tantos años, cuando Olivia tenía cinco años, y su padre partió durante tres años, la vida fue casi normal para las tres. Tuvieron que sobrevivir de aquello que la madre ganara en el único empleo que pudo tener. Uno donde el dinero no era lo más reconfortante, pero era suficiente para las exigencias básicas de una pequeña familia. La madre de Olivia llegaba muy tarde después del trabajo. Olivia y su hermana aprendieron a cuidarse mutuamente, pero como hermana mayor, tuvo que crecer bastante rápido, teniendo que encargarse de responsabilidades que no le corresponderían a una niña de su edad. Después de un largo día de trabajo en aquellos tiempos, Olivia y su hermana estaban en casa esperando a su madre, cuando, por fin, ella llegó... Y muy molesta porque Olivia y su hermana no habían cumplido con algunos deberes del hogar, decide castigarlas cruel e injustamente. Ese día, en el trabajo, su jefe se había molestado con ella, y tuvo un tratoinjusto, menospreciando el trabajo que la madre de Olivia hacía con tanto esfuerzo. (Desplazamiento)​. Olivia vivió todos esos años de ausencia intermitente de su padre, creyendo que era su culpa. Siempre pensó que ella era responsable de lo que su padre había hecho. Quizá ella no era suficiente o su presencia nunca lo fue para él. En otras ocasiones inventaba en su cabeza una explicación razonable para tranquilizarse. Se decía a sí misma que su padre era libre de hacer lo que quisiera, y que en el fondo sentía que era mejor estar sola, porque finalmente "¿quién querría un padre que siempre estaba ausente?". (Racionalización). Después de esos momentos en los que Olivia recordaba su pasado, se sentía muy consternada por cómo estaba resultando su vida. Ella no quería eso para ella, pero tampoco podía cambiarlo. Era la impotencia lo que la frustraba en el interior, y es por esto que decide solucionar sus sentimientos de culpa, siendo fuerte y demostrando ante los demás que no había nada en el mundo que pudiera derrumbarla, cuando en el fondo, habría dado la vida por una familia. (Formación reactiva). Al partir su padre, Olivia terminó el colegio, conoció a alguien quien, aunque no lo supiera aún, cambiaría su vida. Jorge era un chico apuesto, agradable, inteligente y seguro de sí mismo. La hacía sentir segura y siempre decía las cosas correctas en el momento correcto. Olivia sentía que su vida por fin resultaba como siempre había querido. Amaba cada cosa de estar enamorada, aunque no lo amara a él. Cuando estaban juntos, su vida ya no era una carga de culpas, todo era más fácil y nunca sintió la necesidad de volver a pensar en sus problemas. Después de algunos meses en los que Olivia sintió que su vida era más liviana y bonita, Jorge decide partir sin ninguna explicación, para después decir "ya no te quiero igual". Olivia no sabía cómo mantener su mundo en pie. Lloró como jamás lo había hecho ni lo haría por nadie más. Lloró por Jorge, lloró por su padre y sintió, por primera vez desde La partida, lo que se sentía ser abandonada sin poder inventar una explicación. Su pequeño mundo ideal se había derrumbado ya dos veces y esto jamás podía volver a sucederle. Sintió enojo con el mundo entero y quiso culparlo de la situación, sentía que el planeta entero se había confabulado para hacerla sufrir. Y a Jorge, lo veía en todos los rostros extraños, en cada auto gris, en cada hombre que vestía de negro, porque a pesar de todo, deseaba que volviera. (Psicosis). Se prometió un día, no volver a enamorarse. No volver a sentir que necesitaba a alguien a su lado. Tomó ejemplos de personas cuya vida se había destruido y vuelto a construir, para así aprender a ser mejor. (Introyección). Los meses que siguieron, Olivia sintió que las personas de su alrededor eran apáticas, maleducadas y poco comprensivas. Que su actitud frente al amor y a la vida, eran un reflejo de lo que ella sentía que la sociedad le había brindado a ella primero. Era egoísta porque elmundo lo había sido con ella. Pero sólo ella había cambiado. (Proyección). Olivia no quería volver a sufrir. Tuvo que dejar a un lado sus problemas con su padre, porque estaban consumiendo sus pensamientos. Sentía que su mente era un nudo de ideas y decidió enfocarse en una actividad que pudiera desenredar un poco lo que pensaba. Empezó a estudiar en la Universidad. Cuando empezó, estudiaba muchas horas en el día. Era muy organizada con su tiempo y con sus deberes. Todo en su vida estaba tomando un nuevo orden. En su habitación, no había algo que no estuviese en su lugar, cada reloj, cada parte de lo que hacía, debía ser perfecto, porque así su mente quizá también podría ordenarse. (Obsesividad). Cuando su estudio empezó a ser lo primero en su vida, Olivia conoció a una persona que le recordó a alguien de su pasado por cómo la hacía sentir. Su nombre era Samuel. Ella recordó su promesa y no quería romperla porque el amor había sido para ella una experiencia más amarga que placentera. Cada vez que Samuel estaba demasiado cerca, ella debía pensar en cualquier cosa que no fuesen sus ojos, o su boca, o la forma en la que la miraba. Él, a diferencia de otros hombres en su vida, no quería irse de su lado y estaba cuando lo necesitaba. Cada mañana, al saludarlo, ella debía mantener en su interior el deseo de decirle que ella también quería estar con él. (Represión). ​No podía permitirse caer en lo que una vez vivió. Un día, el deseo de decirle lo que sentía fue muy grande, y tuvo miedo de cometer un error al decírselo. Cuando lo intentó, no pudo hablar y ninguna palabra fluyó en la conversación. Olivia estaba completamente muda y quizá voluntariamente, pensó. (Conversión). Constantemente, Olivia ignoraba sus sentimientos hacia Samuel, aunque para él fuese algo evidente. Cuando estaba cerca de él, hablaba mucho y comía más de lo que normalmente comería. No podía evitarlo. (Fijación). Mientras tanto, en su casa, la situación era un poco menos bonita. Su madre se había vuelto a casar, pero no era completamente feliz. Siempre se culpaba de la situación en la que se hallaban sus hijas. A veces, pensaba Olivia, su madre parecía mantener su matrimonio como una forma de castigarse por lo que había hecho mal en su vida, porque así la culpa que sentía al no ser feliz teniéndolo todo y habiendo elegido un mal esposo en el pasado, parecía disminuir (Vuelta contra sí). ​¿Su madre era consciente de esto? No lo sabía del todo. Su padrastro vivía siempre enojado con las personas de su alrededor. Y estaba realizando algunas cosas para "canalizar su energía", como las Artes marciales, mientras pensaba "así podré luchar contra las personas e incluso ganaré un premio". (Sublimación). En cuanto a Samuel. Finalmente la represión de los deseos, la evasión de la situación, la frustración, la apatía, los momentos infantiles de Olivia... Ninguno funcionó con él. En el fondo, jamás pudo negar lo que para ella era correcto. Amó enamorarse de nuevo, y esta vez, amándolo a él también.

domingo, 25 de enero de 2015

Dentro de la caja

Fue sólo hasta que sentí mis manos mojarse con el agua que corría por el piso e inundaba mis dedos; hasta que sentí el calor como fuego que quemaba mis ojos por dentro, hasta ese momento, que pude comprobar que me encontraba con vida… Incluso si sentía que me había sumergido en un profundo sueño, o en un delirio interminable que acababa por  introducir en mi frágil mente los pensamientos más terribles y los temores impronunciables que hacía tiempo no experimentaba.

Podía sentir cómo palpitaba mi corazón. Lo sentía salirse un poco para levantar la piel de mi pecho, desesperado por darme unos momentos más aquí, unos minutos para lo que viene después de esto: el elixir, la dulce miel que me mantiene con la mente dentro de su recipiente, de la caja, de esta caja que ya no sostiene nada. Han pasado cuarenta y cinco horas y siento que no puedo continuar esto. Intento deslizarme por el suelo, en la oscuridad, porque no abro mis ojos que probablemente ya no estén conmigo, sino con alguna de esas sombras que siempre me agarra por el cuello y las muñecas. Las veo y las siento pero no están, no están.

No he escapado de la muerte y la agonía para vivir algo mejor, pero estoy siguiendo este camino porque tengo voluntad… Eso intento repetir para convencerme. Me había quedado completamente solo cuando no podía detenerme, pero me siento peor ahora que me detuve. Sigo estando solo, muy solo, y además, siento que perdí lo único que me quedaba: la razón. Sigo deslizándome, necesitado de un poco de algo, lo que sea que me haga sentir que estoy seguro. El reloj que dejé en algún lugar de la sala, mis zapatos, algo; pero además, me doy cuenta de que estoy a oscuras en algún lugar que parece mi casa, y lo pienso de ese modo, porque siento que el espacio se ha hecho más grande de lo que debería ser. Me he movido, quizá, unos ocho metros y no parece haber rastro de algo familiar, sólo algo de agua en el piso, agua que tal vez esté saliendo de mi cuerpo al que ya siento en descomposición.

Abro los ojos y noto algo más. Con cada movimiento tembloroso y débil que intento realizar, siento que el suelo se hunde bajo mi húmeda piel. Levanto un poco los ojos hacia las paredes y los estantes, y ahí están de nuevo las miradas que me acechan. Todos los objetos parecen conspirar contra mi cordura, algunos saltan, otros ruedan, los cuadros me observan, las velas se encienden, los muebles se acercan, y todos vuelven a su lugar para iniciar de nuevo esa danza siniestra que han ensayado durante días. De repente, escucho la campana. La campana que nadie más escuchaba antes, la que está en mi mente a punto de salirse de la caja y volverse algo irreal para mí. Lanzo un grito casi gutural y detengo mis vanos movimientos por el suelo. Todo es silencio.

Libre… ¡pero en manos de mi imaginación! Me muevo de sorpresa ante algo que toca el costado de mi torso. Una rata. Habían estado observándome desde la esquina, pero no se habían acercado hasta ahora. Me sacudo fuertemente para librarme de ellas, son centenares  corriendo sobre mi abdomen, mis piernas, mordiendo mis pies y los dedos de mis manos. De repente se alejan, como si algo las hubiera espantado, y de un salto desaparecen de mí. Trago saliva con mucho esfuerzo. Me limpio el rostro con las manos heladas y húmedas, bajo hasta el cuello y la consistencia ha cambiado, siento la piel de gallina y así en todo mi cuerpo. Me desespero y algo espeso sale de mi boca, vomito sobre el suelo húmedo en medio de la oscuridad y mientras intento levantarme siento algo que me observa desde atrás. No miro. Me quedo pasmado ante la idea de lo peor. Volteo la cabeza muy lentamente para advertir una sombra que se acerca tan lento que es casi una tortura, y después de pensar que tenía la fuerza suficiente para irme, me quedo quieto, porque es imposible escapar. Me resigno a una muerte segura porque ahora parece la mejor salida. La sombra se acerca, y espero a que me agarre por el cuello y las muñecas para sostenerme así durante horas. No lo hace, pero me doy cuenta de que tiene ojos, unos horribles ojos rojos que me observan temblar bajo su presencia. Para mi sorpresa, no hace nada, me observa y sonríe del modo más macabro imaginable. Me toma por el cuello, me levanta y me lanza desde la altura de mi cuerpo. En el suelo, intento levantarme, pero ya no tengo fuerza en los brazos, el suelo se inunda cada vez más, y mi corazón va a estallar por su fuerza y velocidad. Siento una punzada en el pecho y veo la sangre combinarse con el agua del suelo, la veo formar arabescos mientras se esparce lentamente hasta desvanecerse. Todo mientras la sombra se apodera de mí con sus garras en mi garganta.

Despierto en la cama de la habitación del hospital en medio de un grito estruendoso, con el cuchillo de mi desayuno entre mis manos, muy fuertemente enterrado bajo mi ropa. No duele, y sólo puedo ver la horrible expresión de la enfermera que me observa fijamente mientras simula una mueca de dolor, ella también se ha quedado pasmada.

Nada parece real, la sombra y las danzas siniestras eran reales. Escucho un sonido y alguien entra en la habitación, es mi madre. Siento un alivio, y mi herida en el pecho empieza a hacerse más y más insoportable cada vez, siento la muerte muy cerca. Ella se acerca, mi piel se humedece mucho y me siento muy frío. Ella toma un vaso de la mesa de medicamentos y me susurra al oído:
-Hijo, nada ha podido detenerte y ellos tampoco lo harán. Toma un poco de esto, te hará sentir mejor.

Su cara se desvanece y aparece sólo una sonrisa extraña en su rostro. La enfermera no está. Tomo un poco del vaso,  y siento el sabor que quema un poco en mi garganta, para bajar a mi estómago y quedarse ahí, dándome el calor que necesito, y regresando todo al interior de la caja. Desesperadamente termino el vaso y me deleito con el sabor amargo que quema deliciosamente mi garganta, es un coctel que me devuelve a la realidad. Suspiro de placer mientras el dolor de mi herida se esfuma.

Las paredes de la habitación desaparecen, el piso húmedo en el que me encuentro abandonado se siente caliente, la sombra me deja en libertad; y es entonces, cuando abro los ojos y le sonrío a la botella que sostengo entre mis manos. La agarro como si fuese parte de mi ser y con una fuerza inhumana.

Ahora todo está dentro de la caja.