He vivido
entre los arrabales, pareciendo
un mono, he
vivido en la alcantarilla
transportando
las heces,
he vivido
dos años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido
a nutrirme de lo que suelto.
Fui una
culebra deslizándose
por la
ruina del hombre, gritando
aforismos
en pie sobre los muertos,
atravesando
mares de carne desconocida
con mis
logaritmos.
Y sólo pude
pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla
y que mis padres me sedujeron para
ejecutar el
sacrilegio, entre ancianos y muertos.
He enseñado
a moverse a las larvas
sobre los
cuerpos, y a las mujeres a oír
cómo cantan
los árboles al crepúsculo, y lloran.
Y los
hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar,
y decían
con los ojos «fuera de la vida», o bien «no hay nada que pueda
ser menos
todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas»
y «qué
oscuro es tu nombre».
He vivido
los blancos de la vida,
sus
equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza
incesante y recuerdo su
misterio
brutal, y el tentáculo
suyo
acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos
de huida.
He vivido
su tentación, y he vivido el pecado
del que
nadie cabe nunca nos absuelva.
POR: LEOPOLDO MARÍA PANERO
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