domingo, 25 de enero de 2015

Dentro de la caja

Fue sólo hasta que sentí mis manos mojarse con el agua que corría por el piso e inundaba mis dedos; hasta que sentí el calor como fuego que quemaba mis ojos por dentro, hasta ese momento, que pude comprobar que me encontraba con vida… Incluso si sentía que me había sumergido en un profundo sueño, o en un delirio interminable que acababa por  introducir en mi frágil mente los pensamientos más terribles y los temores impronunciables que hacía tiempo no experimentaba.

Podía sentir cómo palpitaba mi corazón. Lo sentía salirse un poco para levantar la piel de mi pecho, desesperado por darme unos momentos más aquí, unos minutos para lo que viene después de esto: el elixir, la dulce miel que me mantiene con la mente dentro de su recipiente, de la caja, de esta caja que ya no sostiene nada. Han pasado cuarenta y cinco horas y siento que no puedo continuar esto. Intento deslizarme por el suelo, en la oscuridad, porque no abro mis ojos que probablemente ya no estén conmigo, sino con alguna de esas sombras que siempre me agarra por el cuello y las muñecas. Las veo y las siento pero no están, no están.

No he escapado de la muerte y la agonía para vivir algo mejor, pero estoy siguiendo este camino porque tengo voluntad… Eso intento repetir para convencerme. Me había quedado completamente solo cuando no podía detenerme, pero me siento peor ahora que me detuve. Sigo estando solo, muy solo, y además, siento que perdí lo único que me quedaba: la razón. Sigo deslizándome, necesitado de un poco de algo, lo que sea que me haga sentir que estoy seguro. El reloj que dejé en algún lugar de la sala, mis zapatos, algo; pero además, me doy cuenta de que estoy a oscuras en algún lugar que parece mi casa, y lo pienso de ese modo, porque siento que el espacio se ha hecho más grande de lo que debería ser. Me he movido, quizá, unos ocho metros y no parece haber rastro de algo familiar, sólo algo de agua en el piso, agua que tal vez esté saliendo de mi cuerpo al que ya siento en descomposición.

Abro los ojos y noto algo más. Con cada movimiento tembloroso y débil que intento realizar, siento que el suelo se hunde bajo mi húmeda piel. Levanto un poco los ojos hacia las paredes y los estantes, y ahí están de nuevo las miradas que me acechan. Todos los objetos parecen conspirar contra mi cordura, algunos saltan, otros ruedan, los cuadros me observan, las velas se encienden, los muebles se acercan, y todos vuelven a su lugar para iniciar de nuevo esa danza siniestra que han ensayado durante días. De repente, escucho la campana. La campana que nadie más escuchaba antes, la que está en mi mente a punto de salirse de la caja y volverse algo irreal para mí. Lanzo un grito casi gutural y detengo mis vanos movimientos por el suelo. Todo es silencio.

Libre… ¡pero en manos de mi imaginación! Me muevo de sorpresa ante algo que toca el costado de mi torso. Una rata. Habían estado observándome desde la esquina, pero no se habían acercado hasta ahora. Me sacudo fuertemente para librarme de ellas, son centenares  corriendo sobre mi abdomen, mis piernas, mordiendo mis pies y los dedos de mis manos. De repente se alejan, como si algo las hubiera espantado, y de un salto desaparecen de mí. Trago saliva con mucho esfuerzo. Me limpio el rostro con las manos heladas y húmedas, bajo hasta el cuello y la consistencia ha cambiado, siento la piel de gallina y así en todo mi cuerpo. Me desespero y algo espeso sale de mi boca, vomito sobre el suelo húmedo en medio de la oscuridad y mientras intento levantarme siento algo que me observa desde atrás. No miro. Me quedo pasmado ante la idea de lo peor. Volteo la cabeza muy lentamente para advertir una sombra que se acerca tan lento que es casi una tortura, y después de pensar que tenía la fuerza suficiente para irme, me quedo quieto, porque es imposible escapar. Me resigno a una muerte segura porque ahora parece la mejor salida. La sombra se acerca, y espero a que me agarre por el cuello y las muñecas para sostenerme así durante horas. No lo hace, pero me doy cuenta de que tiene ojos, unos horribles ojos rojos que me observan temblar bajo su presencia. Para mi sorpresa, no hace nada, me observa y sonríe del modo más macabro imaginable. Me toma por el cuello, me levanta y me lanza desde la altura de mi cuerpo. En el suelo, intento levantarme, pero ya no tengo fuerza en los brazos, el suelo se inunda cada vez más, y mi corazón va a estallar por su fuerza y velocidad. Siento una punzada en el pecho y veo la sangre combinarse con el agua del suelo, la veo formar arabescos mientras se esparce lentamente hasta desvanecerse. Todo mientras la sombra se apodera de mí con sus garras en mi garganta.

Despierto en la cama de la habitación del hospital en medio de un grito estruendoso, con el cuchillo de mi desayuno entre mis manos, muy fuertemente enterrado bajo mi ropa. No duele, y sólo puedo ver la horrible expresión de la enfermera que me observa fijamente mientras simula una mueca de dolor, ella también se ha quedado pasmada.

Nada parece real, la sombra y las danzas siniestras eran reales. Escucho un sonido y alguien entra en la habitación, es mi madre. Siento un alivio, y mi herida en el pecho empieza a hacerse más y más insoportable cada vez, siento la muerte muy cerca. Ella se acerca, mi piel se humedece mucho y me siento muy frío. Ella toma un vaso de la mesa de medicamentos y me susurra al oído:
-Hijo, nada ha podido detenerte y ellos tampoco lo harán. Toma un poco de esto, te hará sentir mejor.

Su cara se desvanece y aparece sólo una sonrisa extraña en su rostro. La enfermera no está. Tomo un poco del vaso,  y siento el sabor que quema un poco en mi garganta, para bajar a mi estómago y quedarse ahí, dándome el calor que necesito, y regresando todo al interior de la caja. Desesperadamente termino el vaso y me deleito con el sabor amargo que quema deliciosamente mi garganta, es un coctel que me devuelve a la realidad. Suspiro de placer mientras el dolor de mi herida se esfuma.

Las paredes de la habitación desaparecen, el piso húmedo en el que me encuentro abandonado se siente caliente, la sombra me deja en libertad; y es entonces, cuando abro los ojos y le sonrío a la botella que sostengo entre mis manos. La agarro como si fuese parte de mi ser y con una fuerza inhumana.

Ahora todo está dentro de la caja.

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